domingo, 21 de diciembre de 2014

EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN (1915) de David Wark Griffith


Al abordar esta obra, por un lado nos plantea cómo se articula un discurso específico a través de los medios técnicos, y por el otro, cómo es percibido este mensaje por el público. El cine como medio de expresión, y en ocasión de resignificación, de las heridas que siguen abiertas por una guerra, en nuestro cine se ha tratado hasta la saciedad.



 

Para estudiar el cine de David Wark Griffith (1875-1948) deberíamos tener en cuenta la importancia del mundo del teatro popular; me refiero a espectáculos como el melodrama, el vodevil, el music hall o la pantomima, en los que ya se ponían de manifiesto las fusiones de escenas, la elipsis, los flashbacks, la alternancia de escenas simultáneas o las estructura episódica.

De hecho el teatro es uno de los cimientos de la carrera de Griffith, siendo el otro la literatura victoriana, explicitando en sus producciones la influencia que en él causaron las novelas de Dickens. Novelas que tienen algo de cinematográfico, donde los capítulos van alternando historias (anticipando el montaje alterno o en paralelo que pone en práctica Griffith con especial maestría) mediante el uso de recursos tan cinematográficos como las remembranzas o los flashbacks, esenciales en el cine de Griffith.

Ya en 1915 Griffith alcanzó el cenit de un discurso racial que presenta una identidad afroamericana construida y caricaturizada de todas las maneras posibles, con un mensaje moralizante claro: los negros son una amenaza real para la estabilidad de la sociedad americana aburguesada y aria. El Nacimiento de una Nación (1915) se inspira en dos novelas de The Clansman y The Leopard´s Spots de Thomas Dixon, un reverendo esclavista que narra la historia de dos familias, una del sur y otra del norte, los Stoneman en Pensilvania y los Cameron en Carolina del sur.

 

La película justifica aberraciones tales como la existencia del Ku Klux Klan, causando una gran polémica (y éxito de taquilla) que llevó a Griffith, con el dinero que ganó, a realizar su gran obra maestra Intolerancia (1916), que ha sido interpretada por algunos como su redención de la anterior.  

Guste o no el mensaje de Griffith, no se puede negar lo abrumador de los recursos que despliega para justificarlo. La sucesión de planos, el montaje en paralelo o los intertítulos nos hacen olvidar la visión pretendidamente empírica del cine de los Lumiére o Edison para adentrarnos en la ficción narrativa.

 

La vía abierta por Griffith y Edwing S. Porter salvó al cine de su agotamiento, sistematizó el lenguaje cinematográfico, pero creó cuestiones polémicas en cuanto a la percepción del mensaje por su público. Acostumbrados a ver los distintos recursos utilizados por Griffith en otras películas, nunca habían asistido a un espectáculo con tal despliegue de medios de producción que apoyan un discurso coherente, machacante y continuo casi desde los primeros intertitulos hasta la justificación del Ku Kux Klan.

Todo adquiere un aire grandilocuente que, o bien consigue empatizar con su audiencia o la espanta, pero sin producir indiferencia. Es fruto de una doble condición del cine como espectáculo de masas que crea opinión pública y como manifestación artística. No sólo se construye una visión sesgada de una nación, sino todo un nuevo lenguaje cinematográfico y artístico.

Este mensaje nos es especialmente familiar. Las tensiones sociales en torno a identidades construidas fuertemente estructuradas por las clases dominante han estado presentes en España desde la formación de las sociedades coloniales virreinales, hasta la Guerra Civil del siglo pasado, y el cine ha sido una herramienta de su difusión fundamental.

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